viernes, 25 de septiembre de 2009

MI AMIGO CLAUDIO


Mi amigo Claudio quiso inspirar odio y temor antes que cualquier otro sentimiento, yo siempre pensé que eran el escudo tras el que ocultaba su dolor por el cuerpo que la naturaleza le había dado. Un cuerpo deforme, como si no se hubiera acabado de hacer o se hubiera desarrollado de cualquier manera, las piernas delgadas como alambres y torcidas como ganchos, los brazos en parecido estado y las manos terminadas en dedos muy retorcidos, el tronco y la cabeza, normales. Se desplazada en silla de ruedas manual, primero, casi siempre empujado por niños o jóvenes desocupados, luego en silla de motor. Cuando yo empecé a relacionarme con él, ya vivía sólo, los padres habían muerto, y con su familia apena se trataba. Mi relación fue más bien de coincidir en labores informativas, pues él era corresponsal de una Cadena Nacional de Radio, y además colaboraba habitualmente en algunos periódicos. Era luchador e inteligente, mordaz y despreciativo, orgulloso e intransigente, paseaba con dignidad y orgullo su cuerpo deforme, plantaba cara a la vida y a la gente con la misma temeridad de un suicida, no le importa nada, creo porque nada tenía que perder. Era provocador, era despiadado consigo mismo y con todo el que tenía la desgracia de toparse con él. ¿Tenía amigos? Si, todos aquellos que le temían, y eran muchos. No pedía, exigía. Si barruntabas que te iba a pedir un favor, mejor era esconderse que negárselo. Tan mal trataba a las personas, alguna, en el colmo del enfado, le tiró al suelo con silla y todo.
Este era el Claudio que todos conocían, pero debajo de esa coraza de dureza y desconsideración, estaba el drama terrible de un ser humano, un ser humano que dependía enteramente de los demás, que muchas noches dormía en la silla porque no se podía acostar, que si alguna buena persona lo acostaba, al día siguiente, no se podía levantar, de esperar muchas noches en la puerta de su casa a que pasara alguna persona, para que le abriera, siquiera, la puerta, no faltaron noches pasadas en la calle. Por temporadas, encontraba alguna mujer que quisiera o pudiera convivir con él, o hombres mayores que lo acostarán y lo levantarán, en casos extremos, la Parroquia enviaba alguna persona. Pero fueron muchos años de soledad, y en tanto tiempo, le ocurrió de todo, estoy seguro que vertió lágrimas que nunca llegamos a conocer, ni, que dado su carácter y deseos de libertad, jamás pudimos imaginar. Yo creo que, también él tenía su corazón. Estoy seguro.
Conmigo fue siempre lo contrario que era con la gente, considerado y respetuoso, y de la misma manera le traté yo, y jamás cuestioné su forma de pensar, ni juzgué comportamientos.
Un día me lo encontré por la calle y lo saludé con alegría preguntándole: -“Claudio, ¿cómo te encuentras? – Y él me contestó con toda naturalidad, sin miedo, sin que le temblara la voz: -“Bien. Tengo un cáncer”-
Al poco tiempo murió. Su muerte pasó desapercibida. Estoy seguro que si vio su entierro desde el más allá, dijo con burla: -“Así tenía que ser, no podía ser de otra manera”-

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