miércoles, 2 de septiembre de 2009

MERCADO.


Saco del desván de los recuerdos la Plaza de Abastos con su trajín mañanero, sus olores a verduras frescas, a pan caliente, a churros, y a café y aguardiente; a carne y pescado llegado de lejanos puertos. Y de la explosión de colores surgen las voces roncas y desacordes de vendedores y el murmullo de la gente. Amas de casa, con prisa casi siempre, pesando en la tarea diaria, o que dejaron los niños en la cama. Preguntan y regatean, y meten en la cesta, en este puesto una pescada envuelta en papel de periódico, en otro unos gramos de jamón pesado encima de un gran papel de estraza, aquí carne de falda para el cocido, más allá unos plátanos para un enfermo, y cebollas, lechugas, y tomates para el gazpacho. Otra llevará en la cesta, de palma, de mimbre o de caña, ranas, peces o, tal vez, pajarillos, comprado todo a mujeres que pasean la plaza con canastos o cestos, haciendo la mitad del trabajo de sus maridos. Las verduleras con pañuelos negros en la cabeza, un peso de platillos y pesas de hierro y plomo, permanecen horas sentadas en sillas bajitas de enea. Una señora rifa cazuelas de barros, un vendedor de iguales pasea los puestos, el conserje vestido de forma distinta con gorra y carpeta se mueve entre la gente cobrando impuestos municipales, y en las puertas vendedoras, si es su tiempo, ofrecen cardillos, espárragos, o recuerdo un niño pequeño que voceaba:!Hay té del campo! ¡Tengo té del campo para la barriga! Y en su inocencia, se lo ofrecía, con preferencia, a las mujeres embarazadas. Había quien vendía escobas de tamujo, tierra de brazo para las macetas, o el pellejero, que compraba pieles de animales muertos. Imposible describir todas las actividades. Al fondo de la plaza tenía su cafetín señor Emilio, un lugar muy concurrido por trabajadores, vendedores y compradores, parados o desocupados, que tomaban café de puchero y licores de garrafón.
¡Cómo no recordar todo aquello! ¡Cómo no sentir nostalgia! Desgraciado se era entonces como se es ahora, pero para ser feliz ahora se necesita mucho, ¡entonces se era feliz con tan poco! Porque eran problemas de subsistencia lo que nos agobiaban,
ahora son de apariencia, vivimos más preocupados por la apariencia que por lo subsistencia. Se vivía casi sin deuda, apenas se conocía la palabra hipoteca, los banco nada te daban porque nada tenías. Hasta que empezó la emigración y los bancos vieron negocio y buscaban el dinero de los trabajadores en cualquier rincón del mundo.
Esa Plaza de Abastos, mercado del pueblo, y despensa del pueblo, donde se vendía calidad, pero también se vendían y compraban miserias, una construcción de estilo árabe, la tendré siempre entre mis recuerdos más entrañables, el recuerdo de los sentimientos.

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