domingo, 30 de agosto de 2009

GRAN CANARIA.

Estuve ingresado en Hospital Militar de las Palmas de Gran Canaria, evacuado de Sidi Ifni. Los primeros días los pasé tendido en una colchoneta, en el suelo del salón que habían habilitado como sala para los enfermos que iban llegando de Ifni y el Sahara. El salón se encontraba rebosando de soldados heridos o enfermos. De cuando en cuando pasaba un médico o enfermero, aplicaban un calmante y desaparecían. Al cabo de unos días se normalizó la situación, nos instalaron como buenamente pudieron, repartiéndonos por todo el Hospital. No curaban nada, te guardaban en depósito hasta que podían deshacerse de ti. Allí, o estabas herido o tenías reuma, y los reumáticos tenían todos el mismo tratamiento.
En una ocasión hablamos por teléfono para la radio bajo la vigilancia de algunos oficiales, que nos indicaban lo que podíamos decir. Fue muy divertido, todos contamos lo mismo, todo era bueno, bonito y los jefes nos querían mucho. En ningún sitio hubo guerra, sólo fue una bronca, y los soldados morían de risa, por lo divertido que era todo aquello. La censura no existía, si las cartas se perdían, la culpa era de correos.
Cuando salí del Hospital me instalé en el Cuartel de Transeúnte Militar, posada para los soldadoas de paso. Me dieron un trozo de manta, y el lugar en el suelo que quisiera para dormir. Lentejas recalentadas en casi todas las comidas, y paseos, muchos paseos, como si hubiera digestión que hacer. De los huéspedes diré que los había de muchos Cuerpos del Ejército, aunque la mayoría procedían del África Occidental Española. Muchos Legionarios y muchos miembros del Batallón Disciplinario, algunos ya viejos, participantes en la Guerra Civil. No eran malos chicos, eran, en muchos casos, lo que las guerras habían hechos de ellos, héroes de la supervivencia, mártires de la sinrazón. Guerras ganadas o perdidas, desatinos humanos.
Nos encontrábamos en cola delante de la oficina donde el Cabo Furriel repartía el pan. De pronto sonó un tiro dentro de la oficina, nos lanzamos en tropel a la puerta, y cuando quedó abierta, se ofreció a nuestros ojos el espectáculo del Furriel tirado en el suelo del pasillo, en un gran charco de sangre y un fúsil a su lado. ¿Porqué? ¿ Qué había pasado por su cabeza? Así, ya nunca podría solucionar sus problemas.
Muchas cosas vividas, algunas para contar, otras, para callar, porque no siempre la realidad coincide con el recuerdo. Y cuando se trata de informe oficiales, no ocurrió lo que vistes, sino lo dicen los papeles.
15 ó 20 días después embarqué en el Plus Ultra con rumbo a Cádiz. Viajé con un pasaporte militar y 9 pesetas, del llamado socorro, para comer durante la travesía. En 3 ó 4 días me encontré en la Península, en el mismo puerto que me vio partir hacía un ignorado, para mí, destino. ¡Qué diferente la marcha al regreso! Marché con la incertidumbre de lo desconocido, y al mismo tiempo la ilusión de la aventura y lo nuevo, y regresé con el cuerpo vencido y el alma llena de heridas, envejecido y la vida rota. Sin embargo, la aventura continua, fin de un capítulo y principio de otro.

1 comentario:

  1. Ignoro amigo Diego si te llegará este comentario pues acabo de leer esta entrada de 30 de agosto de 2009 para incluirle en la recopilación que estoy haciendo y me ha extrañado no ver ningún comentario a tu estupenda descrpción. Yo llegué al Hospital de Las Palmas aproximadamente el día 8 de junio de 1958. Copio y pego este comentario para que te llegue por e-mail
    Un abrazo.
    Juan Conejo. Veterano de Ifni

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